miércoles, 10 de marzo de 2010

Lagrimas al Prado

( Fondo Sonoro Opcional )




La angustia invade su ser, su lacerado cuerpo que no refleja por completo su angustia interna.

La sangre, el fétido aroma que despiden sus heridas pasa desapercibido al ver la profunda tristeza que sus ojos transmiten.

Los huesos rotos, solo trozos de calcio torcidos que astillan la carne, pero el alma rota no soldara con ninguna fedula existente.

Los tendones desgarrados, no reflejan dolor alguno, opacados, adormecidos, incapaces de tensionar aun más el espíritu.

Tendido en un sillón, la melancolía se escapa por su salada transpiración, por su vista nublada de aquella amarga humedad, por los tubos que drenan su roja existencia contaminada...por su aura que asfixia el sentido común dejándolo a merced de la confusión.

La muerte lo ronda , lo asecha, toca sus filamentos mas delgados cual si fueran las cuerdas gastadas de un violín torcido y desafinado, lo acosa alimentando a la bestia de sus tormentos, exprimiendo el escaso contenido de sus nervios, lo brutalisa dentro y fuera de la comprensión de sus capacidades.

El circunstancial espectador no puede evitar el cobijo helado de tan irradiante sentimiento, tan envolvente, te presiona el pecho cual si estuvieras a miles de brazas bajo el mar, la tragedia volátil en el aire se estanca en los pulmones como emisiones de un denso humo que proviene de la hoguera incandescente de su interior.

La voz de la razón y del consuelo han huido al rincón donde el silencio aguarda pacientemente, el valor ha decidido perder por ausencia y solo queda el asombro de una escena que desafía los parámetros establecidos por la limitada imaginación del espectador. Mira atentamente algo que no puede reparar, sentir o catar

Un héroe caído yace delante de el, como un ángel tratando de rescatar la pureza de una congregación corrompida por los estímulos mundanos que pusieron fin a su raciocinio, un héroe que no busca la lastima de nadie, pero no consigue ponerse de pie para eludir el sentimiento de melancolía de sus silentes guardianes.

No hay nada que decir, pero guardar silencio aumenta la impotencia creciente, el velo de duda sobre su fortaleza. Caminar no es cuestionable, pero la estabilidad de mantenerse en pie marea su conciencia constantemente. Recuperar la movilidad pasa de fondo con la inquietud a la esperanza de contener la incontenible fuerza que solo incidentalmente los derribo a su cautiverio aprisionarte de carne y hueso.

Su angustia por la redención de la bestia lo seguirá torturando y lacerando donde mas duele, mas allá de su visión terrenal, de la ventana interior de su reclusión, de la yaga abierta que no para de transpirar una herida curtida con la afilada hoja del destino implacable y terminante.